Apostando al riesgo: Guardiola y el triunfo de la belleza
Escribo esto a riesgo de que la temporada del Barça, maravillosa hasta la fecha, termine en desastre si no se gana nada. Y lo hago precisamente por aprecio a ese riesgo que significa, en el fútbol de hoy, apostar por la calidad, por el toque, por las ideas de los jugadores más allá de movimientos prediseñados. Por apostar, en definitiva, a todo lo contrario a lo que apostan muchos técnicos (algunos de gran renombre, la mayoría mediocres), que creen que los resultados serán mejores si se encierran atrás y sacan el balón al patadón.

Hay que separar, desde el primer momento, la solidez y el orden de la mediocridad. El Milan de Sacchi era orden puro, solidez 100%, y sin embargo jamás fue mediocre; siempre sabían lo que hacían, todo lo que ocurría sobre el terreno de juego tenía un sentido claro. El espectador en todo momento tenía la sensación de que lo que estaba viendo no respondía al mero azar. Lo mismo cabe decir del primer Chelsea de Mourinho, por ejemplo. En contrapartida, la España campeona de Europa era (es) un equipo que gustaba del toque y de la posesión... pero no era un equipo desordenado, todo lo contrario. Lo mismo aplica en el caso del mejor Barça de Rijkaard, posiblemente el exponente más claro de los últimos años de lo que es jugar bien al fútbol en todos los aspectos.
Mediocres son, pues, esos equipos que viven de cuatro recursos contados, que sólo ganan en caso de error del rival; ahora ya desde una óptica personal, quiero establecer ahí la línea que para mí marca el buen fútbol de lo mediocre, esto es, el esperar el error o el ir a provocarlo.
El fútbol es un deporte extraño, que vive de los problemas en vez de de las virtudes. Los equipos que ganan son aquellos que mejor se aprovechan de los errores del contrario; algunos, esperando atrás, esperando una distracción en un marcaje, un fallo en un pase que les permita crear una ocasión de gol elaborando lo mínimo posible; otros, los que desde mi punto de vista juegan bien de verdad, forzando el rival a perder el balón y la posición, presionando cuando no tienen la pelota y moviéndola rápidamente para descolocar a los defensas cuando la tienen.

Así, podemos contar con los dedos de las manos los entrenadores que han aportado algo nuevo al fútbol, arriesgándose por ello; Rinus Michels y la concepción del fútbol como una sola fase, once contra once los noventa minutos, y no como un cinco contra seis en fase ofensiva y un seis contra cinco en defensiva; Arrigo Sacchi aplicando conceptos si no nuevos individualmente, sí revolucionarios en su conjunto (presión, achique, estrategia del fuera de juego...); Johan Cruyff entendiendo este deporte como un juego... y entendiéndolo mejor que nadie; Helenio Herrera y sus teorías extrañas; la revolución del Arsenal de Herbert Chapman en un fútbol auténticamente prehistórico. Hay un etcétera... pero breve, demasiado breve, preocupantemente breve.

Escribí hace mucho que no había ningún fútbol muerto. Y, si me permitís este detalle "autobombístico", creo que el Barça de Guardiola es la clarísima demostración de esta teoría.
PS: Feliç Sant Jordi!