Es común y corriente ver, en televisión o en la prensa, opiniones de gente que, con su alto nivel de conocimiento futbolístico, propone jugar con cinco delanteros, o tres defensas, o el 1-1-8 de Cantona en las pachangas del Joga Bonito de Nike. Es lo normal, nadie se queja, y mucha gente se lo cree y todo.
El problema viene cuando la gente se lo cree tanto, que hacen que hasta el propio entrenador se lo crea, y se rebaje tanto, que termine faltando a su propia idea futbolística para crear un engendro que no sirve para nada.
Hoy, en homenaje al gran despliegue futbolístico del Barça en Getafe, querría hacer lo que radios y televisiones se emperran en evitar a toda costa; criticar la media azulgrana.
Todo el mundo habla de Ronaldinho (que no está en forma, es obvio), de los goles de Henry (para el tiempo que lleva, tampoco es que las cifras sean malas precisamente), de los próximos Balones de Oro de Messi (tendrá que hacer algo más para llevarse uno sólo de lo que ha hecho hoy en Getafe...), de lo que llegan a salir los futbolistas (un problema gravísimo, que se lo digan a Ronaldinho cuando ganó el Balón de Oro: seguro que en todo el año no salió ni una sola vez) y etcétera etcétera.
Hoy estoy aquí para reflexionar sobre un problema de una gravedad enorme, un problema sobre el que pende todo el sistema del Barça y que ni Frank ni menos los medios intentan solucionar; al revés, intentan todo tipo de tretas para vender cuantas motos sean posibles. Y la que hoy no vamos a comprar se llama compatibilidad Xavi-Iniesta.
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Había una vez dos canteranos del Barça que tocaban muy bien la pelota. A uno le llamaremos míster X (no falla), y al otro míster F (de Fuentealbilla, concretamente). Ambos tenían una gran calidad técnica, sabían pasar la pelota con gran precisión, y ambos gozaban de la estima del público.
A este público tan docto en fútbol, que adoraba a Saviola y menospreciaba a Rivaldo, le hacía mucha ilusión decir que la cantera de su club era muy productiva. Por eso, siempre se ponía contento cuando veía dos caras conocidas, salidas de la casa, jugando en el centro del campo. Hicieran lo que hiciesen, serían buenos chicos y lo darían todo por el escudo; si se perdía, ya habría tiempo a dar las culpas a Ronaldinho, a un mal partido de Abidal o Milito o a los goles que Henry no marca. Incluso a la lesión de Eto'o si fuera necesario.
Existía en el mundo de las ideas de Platón del Barça, del cual todo lo pertenenciente al mundo sensible son meras copias, un ente superior que lo movía todo de verdad. A la primera parte de ese ente le llamaremos míster Y, para más señas Yayá; esta parte era la pieza que juntaba centro del campo con defensa, el hombre que daba la posesión al equipo a base de recuperar balones y balones e impedir contragolpes. A la segunda parte, le llamaremos míster A (por Anderson de Souza). Esta segunda parte era posiblemente el mejor futbolista de todo el equipo, y seguramente uno de los hombres que mejor habían entendido de qué iba esto del fútbol del mundo entero. Esta segunda parte era ese jugador al que habían robado el Balón de Oro cuando lo merecía más que nadie para dárselo a Shevchenko en 2004.
Cuando estaban tanto míster Y como míster A, el equipo tenía muchas cualidades y pocos defectos; Y recuperaba balones y los sacaba desde atrás, A impedía contraataques con faltas tácticas, luchaba para recuperar más balones aún, lanzaba contraataques y pases buscando la verticalidad, e incluso marcaba goles de vez en cuando. Si a estos dos se le añadía míster X o bien míster F (nunca los dos en la misma línea), la cosa solía funcionar bastante bien.
Hasta que un día, ¡oh, desgraciado destino!, míster Y decidió lesionarse. Las consecuencias; tres goles en contra en Villarreal, un mal partido en Stuttgart, una racha truncada. Aunque míster Y se recuperó pronto, luego fue míster A quien decidió a su vez lesionarse, ¡oh, desgraciado destino!. Las consecuencias; tres partidos discretos del Barça, un empate en Glasgow y la magnífica derrota de hoy en Getafe.
Los peloteros de juego plano, que nada tenían que ver con ese ente platónico, lograban manosear, sobar, gastar la pelota a base de tocarla y tocarla, en horizontal o incluso para atrás, pasándosela miserablemente, aguantándola un 62% del tiempo de partido jugado; eso sí, verticalidad cero, ocasiones cero, peligro cero; ergo, goles cero. Añadiéndole a ello que recuperaciones de balón cero, faltas tácticas cero y trabajo defensivo cero. Si goles a favor cero, y trabajo defensivo cero... Getafe 2 - Barça... ¿qué? Pues cero.
Pero seguía la prensa diciendo que míster F y míster X eran compatibles, y se regodeaban pensando en los tres pequeños y su falta total de contundencia defensiva, y estaban felices pensando que Iniesta y Xavi podrían jugar en paralelo una vez más, para convertir el centro del campo azulgrana en el tapón de ideas más fantástico desde que un día Quique Sánchez Flores pensó en Marchena como compañero de Albelda en el doble pivote valencianista...
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