Bueno, a eso a lo que íbamos.
Estaba yo la mar de feliz con mi mesa, una Behringer monísima, cuando se me ocurrió, así de plano y sin ayuda de nadie, conectarla al ordenador, a ver qué pasaba, si había fuegos artificiales mientras la música se mezclaba sola y una bonita chica morena te masajeaba suavemente la espalda.
La vida nunca es como uno se la espera, desde luego.
En el primer momento ya se vio que algo iba mal. Al principio, como suele ocurrir (gracias, Bill "comeros el Güindous" Gates), no reconoció el aparato; luego, tras instalar unos quince millones de drivers, finalmente se enteró de que lo que estaba enchufado en la salida USB no era un Doraemon cocainómano, sino algo que vagamente tenía una relación con la música. El primer paso estaba dado; mi fantástico PC tenía un nuevo amiguete con quien jugar a escondidas a cargarse el disco duro mientras yo me marchaba con el Doraemon... a jugar al mus, obviamente.
Entonces, sin embargo, y como no podía ser de otra manera, aparecieron más problemas. Uno detrás de otro, concretamente; primero, resultó que tenía que cambiar la configuración de la pantalla para usar el simpático software de cuatro duros que venía con el mezclador, lo cual resultó especialmente doloroso a la hora de reconfigurar todas las imprescindibles aplicaciones freeware de Softonic, esas que te dejan una visual tremenda... y un disco duro con una infección vírica igual de tremenda.
Después de solventar esta crisis con mi consabida entereza (sólo le di dos patadas a la CPU) y mi legendaria valentía (lloré desconsoladamente hora y media tras ver que tenía que rehacer toooda la personalización que había estado años desarrollando poco a poco), seguí adelante en mi propósito de convertirme en una especie de Bob Sinclar de pelo corto y enchufé los cascos.
No sé si os habéis puesto nunca unos cascos en las orejas, unos de esos de Dj que te aíslan completamente del mundo exterior. Es una sensación especial, similar seguramente a la que tienes cuando te explota un misil nuclear a unos milímetros del tímpano y te quedas sordo perdido pa los restos; no oirías ni a veinte mil fans del Liverpool celebrando un gol al Everton aunque estuvieras en el medio del meollo y con "sonotones" en las orejas. Así que para compensar, decidí enchufarlo a la ranura donde amablemente pone "phones" (sí, sí, "teléfonos"; eh, no me miréis así, yo no inventé el inglés...).
Bien... a veces crees que el Universo conspira en tu contra; o eso me pareció cuando me di cuenta horrorizado de que la clavija correcta no estaba en la caja. Pero aún lo piensas más cuando, yendo a buscarla a la tienda más próxima, corriendo como un poseso antes de que cierren, te llama un amigable familiar y te dice; "Ah, ¿ese pincho largo con un agujero en una punta? Anda, yo lo había cogido creyendo que era parte del envoltorio... está ahí en la mesita, al lado del móvil y de la foto de la comunión...". La reacción más usual suele ser el ataque de histeria o de ánimo asesino; pero el menda, que como ya hemos comentado tiene un autocontrol tremendo, tuvo suficiente con decir unas palabritas por el móvil; nada importante, sólo una cálida invitación en relación a expulsar residuos sólidos del cuerpo...
Así pues, una vez enchufados los cascos, pasé a la siguiente fase; intenté mezclar dos cancioncillas, nada especialmente difícil, Plastic People de David Penn & Dave Storm feat. Montilla (y Magdalena Álvarez, no te jode...) y People Sound, de Tony Martínez & Josepo (Pepín pa los colegas). ¿Adivináis lo que ocurrió? Apuesto a que no.
Id imaginándolo, que en la próxima entrega os lo cuento.
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